Mientras en Boca explota el vestuario, en River recuerdan una interna de medio siglo atrás. La tensión dentro del plantel millonario de 1965, cuenta el periodista Matías Bauso, comienza cuando Dante Panzeri sugiere por TV que la mejora del equipo se debe a que el DT Renato Cesarini, a quien apoda "Il Duce", cortó frecuentes "llamados femeninos" a la concentración. "¡Usted no sabe nada!", reprocha un interlocutor a Panzeri, que se enoja y da precisiones. "Un diez y un medio que alterna de medio y zaguero, como de zaguero y medio, hacían hasta la llegada de Cesarini una vida físicamente muy desordenada." Al día siguiente, José Varacka lo llama porque se siente aludido y le dice que el informe provocó "gran perturbación" a su esposa. "Dígame dónde vive y a qué hora puedo estar en su casa, que yo voy a darle a su señora todas las explicaciones del caso." Panzeri habla dos horas y media con ella. Los demás jugadores reprochan a Varacka porque recibió a Panzeri en su casa y barajan nombres para identificar al supuesto "buchón". "A pedido de los jugadores", dice River en un comunicado, el club declara "persona no grata" a Panzeri y le retira la acreditación para ingresar en el Monumental.
El periodista, que luego admitiría que perdió el control y dio "un exceso de detalles" acaso certero, pero "innecesario y de mal gusto", va igual al Monumental. Se paga una platea. El club sube la apuesta y le prohíbe ingresar en el estadio. "River -afirma el periodista- puede impedirme el ingreso de lunes a sábado, pero no el domingo, cuando mi trabajo es comentar el espectáculo público que el club organiza dentro de su propiedad." Patrocinado por un joven abogado que se ofrece para ayudarlo, presenta un amparo de libertad de trabajo y la Justicia le da la razón. River debe permitir el ingreso de Panzeri al clásico contra Boca "con intervención de la fuerza pública en resguardo del artículo 14 de la Constitución Nacional", dice el dictamen. "Le he hecho al periodismo argentino el favor de poder saber, desde ahora, que la ley lo protege en un caso semejante", escribe Panzeri. El presidente Antonio Liberti logra igualmente que Canal 7 despida a Panzeri, el periodista que dos años después daría un hermoso homenaje al fútbol de La Máquina en su célebre libro Dinámica de lo impensado. En La Máquina, Adolfo Pedernera y Ángel Labruna no se llevaban bien fuera de la cancha, pero jugaban de memoria en el centro del ataque. Y el Charro Moreno solía perderse hasta tarde en alguna milonga, en Huracán, Marabú o el Chantecler, lo que indignaba especialmente a Carlos Peucelle. "El tango -decía Moreno, que jugó hasta los 44 años- es el mejor entrenamiento: llevás el ritmo, lo cambiás en una corrida, manejás todos los perfiles, hacés trabajo de cintura y de piernas." También el primer River del profesionalismo sufrió internas. El plantel obligó a Bernabé Ferreyra a que se disculpara por haber dicho que fue él quien había ganado el campeonato de 1932. Cientos de hinchas esperaron su perdón en las puertas del club. "¿Y? ¿No lo pudiste haber dicho vos también? ¿Alguien no lo pudo decir estando solo? Bueno -se disculpó La Fiera ante sus compañeros-, a mí se me escapó delante de ustedes.""Corki, Corki", gritaba Blas Giunta. Carlos MacAllister, burlado por su parecido con el actor con síndrome de Down, le puso la cara sobre el plato, sonó su nariz resfriada y le tiró los mocos dentro de la sopa. Era el Boca de Halcones y Palomas. "Una boludez inentendible, las miserias humanas, la sed de protagonismo", describió la división el jugador Juan Simón, en una entrevista a El Gráfico. Años después, Carlos Bianchi, cuando le decían Virrey y Boca era un equipo, hasta lloró y tardó 4-5 minutos para rehacerse en una emotiva charla previa de 45 minutos, horas antes del triunfo ante Real Madrid, en la Intercontinental de 2000. El DT recordó sacrificios y recorridos y pidió unidad, consciente de que había divisiones en el plantel. El Chelo Delgado y Riquelme, se sabe, sirvieron al día siguiente los goles a Palermo, supuesto enemigo. Internas hubo y habrá siempre: la cinta de capitán, cómo se discuten los premios, la noche, los privilegios, la relación con sus compañeros, con el DT y con el club, y más aún, con la prensa y con la barra y, a veces, también el estilo de juego. Un equipo de fútbol, egos incluidos, es un gigantesco espejo, deformado, claro, de los problemas de vínculos de cualquier grupo humano. Desde los que hay en oficinas anónimas de cualquier pyme hasta los de redacciones de prensa en las que también se olvidan principios básicos de convivencia. "No hay códigos de fútbol -respondió una vez el Beto Márcico-, hay códigos de la vida."
"En otra época -me dice hoy un dirigente de fútbol- se cerraba la puerta del vestuario y el que quedaba vivo golpeaba para que le abrieran. Hoy hay jugadores que se entrenan con el telefonito en la mano y también hay periodistas que están más para Intrusos que para un programa deportivo, sacando de mentira verdad." No importa, la mentira igual vale como primicia. Y la desmentida también. Mientras toda la prensa se ocupaba el último viernes de la interna en el vestuario y llegaban los barras para apretar jugadores, a pocos metros de la escena había socios de Boca reclamando inútilmente contratos con patrocinadores que el presidente Daniel Angelici, después de la filtración del salario de Bianchi, había asegurado que eran públicos. La Asamblea extraordinaria, que no ocupó casi una sola línea en los medios, sirvió al oficialismo para aprobar otros contratos que tampoco fueron exhibidos. Sucede en todos lados. En Barcelona, los calificativos de "vergüenza" en portadas de diarios y TV van dirigidos hoy al juego en crisis de un equipo que brilló durante casi una década y ahora, acaso inevitable, sufre el recambio. No van hacia el presidente Sandro Rossel, que renunció investigado por la transferencia irregular de Neymar y se refugió en Londres después de recibir el aviso mafioso de un balazo intimidatorio en la puerta de su casa. "El periodista era un individuo que veía, pensaba y opinaba. Ahora oye y después repite." Lo escribía Panzeri hace medio siglo. Mucho antes de que naciera el chisme vía Whatsapp.
Panzeri retornó a River el jueves pasado, invitado por el Departamento Cultural y el Museo del club. Fue un acto de reparación para el periodista que -según contó esa noche Bauso, autor de una formidable biografía sobre el Dante- defendió a los jugadores "millonarios" en la dura derrota 4-2 ante Peñarol en la final de la Libertadores del 66. Mejor aún fue el recuerdo que tuvo esa noche Alejandro Wall sobre la tapa que decidió Panzeri en su último número como director de El Gráfico. Cansado por algunas diferencias, el periodista, recuerda Wall, dice basta cuando la empresa le pide que publique la opinión del entonces ministro de Economía, Álvaro Alsogaray, tras un River-Boca. Panzeri pega el portazo, pero antes decide reparar una injusticia y homenajea en la portada del 5 de diciembre de 1962 al jugador ya retirado Antonio Báez, suplente de lujo en el armado ofensivo de La Máquina, figura del subcampeón Platense en 1949 y luego en Colombia junto con Alfredo Di Stéfano, Néstor Rossi y Pedernera, aunque jugaba sólo de local porque el miedo le impedía subirse a un avión. "A muchos -escribe El Gráfico- les parecerá extraño. Otros pensarán que tienen en sus manos un ejemplar viejo. Pero nuestra portada de hoy tiene una explicación. Antonio Báez fue un jugador injustamente relegado en el fútbol argentino. Y al analizar las causales de esa situación, El Gráfico reconoce su parte de culpabilidad." La foto de portada es de quince años atrás. El título dice "Justicia para un olvidado".
Por Ezequiel Fernández Moores-Diario La Nación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario