lunes, 21 de enero de 2013

El Negro Wichi


Poco se sabe de la historia del Negro Wichi. Apenas un puñado de anécdotas que cuentan en Villa Páez. Los más borrachines lo recuerdan siempre que en una mesa de tragos salta el tema del fútbol. Y la discusión no se centra en si Messi es mejor que Maradona. O si Talleres por fin va a ascender este año.
Nada. Solamente se habla de que no hay ni habrá jamas otro negro que jugara al fútbol como el Negro Wichi en la villa. Y en ningún otro lado del mundo que no sea Córdoba. Del Arco de Córdoba para acá y para allá sólo existe el Negro Wichi. Claro, el Negro Wichi nunca salió en La Voz. Jamás le hicieron una nota en Cana 8 o Canal 12. Y ni el Negro Brizuela supo de su existencia. O quizá sí. Vaya a saber. Si Víctor sabía todo.
Pero en Villa Páez todavía se sigue hablando del Negro Wichi. Algunos recuerdan que el Negro se paraba en la punta de la pileta del 9 de Julio (ahora Deportivo Alberdi) y meaba adentro. Recién después, le mostraba la chota a algunas pibas que corrían espantadas a contarle a sus madres.
El Negro Wichi se cagaba de risa, y se le veían los poquitos dientes que todavía se animaban a seguir firmes en esa dentadura que olía a vino mezclado con gaseosa y a sánguche de mortadela. Los que lo vieron jugar en la cancha de 9 de Julio y en los campeonatos de barrio en el potrero frente al cementerio San Jerónimo repiten la misma jugada.
La pelota viene cambiada de frente de derecha a izquierda. A una altura imposible para cabecearla. Y muy difícil para matarla con el empeine. O la dejás picar o podés quedar en rídiculo. Y quedar en rídiculo en una cancha de fútbol es un trauma que te queda para toda la vida. De ahí sí que no se vuelve.
Justo ahí, el Negro Wichi sabía que tenía que hacer su truco. Ese por el que se iba aplaudido de todas las canchitas que lo vieron mostrar su mágica pierna zurda de número 10. La misma zurda que lo llevó a jugar algunos partidos en Belgrano.
Ahí venía la pelota. En el aire. El Wichi agachaba apenas la columna vertebral, acomodaba el esternón como paloma y sacaba el culo como si fuera una brazuca en plena playa. La globa quedaba dormida entre su culo y la tierra. Atrapada/seducida/encantada. Y el partido se paraba también, para que todos lo aplaudieran. Después, se levantaba y la tiraba larga para el 9. Y se cagaba de risa un rato largo.
Jugaba en los torneos por guita. En esos donde los que no tiene guita no pueden perder. Por eso llevaba el fierro en la media derecha. Por si perdía. Ese mismo fierro lo acompañó en varias noches de afano en el Cerro y Urca.
Por eso el Negro Wichi estaba más marcado por la Policía que por los defensores rivales. En algún momento se la iban a dar. Y aquel balazo llegó, irremediablemente, un sábado de siete porrones y tres cartones de vino, después de un partido chivo por guita en el potrero de la villa: la Caldera del Diablo.
“Ahí viene la lancha”, gritó el Wichi después de pispear el patrullero. Pero no alcanzó a correr. La bala le perforó la pantorrilla zurda y estuvo claro que ya no podría jugar más a la pelota.
El Negro Wichi lo supo cuando corrió esas cuadras con un ardor insoportable en la mágica zurda. Hasta que lo alcanzaron. Y lo guardaron.
Dicen que cuando salió libre juntó un par de cosas del barrio, la besó a la vieja y se fue. Desapareció. La bala y la cárcel no lo mató, pero estaba claro que sin el fútbol estaba muerto aunque estuviera vivo.
Pocos saben la historia del Negro Wichi. No jodan con Messi ni con Cristiano Ronaldo. En Villa Páez los borrachines se siguen preguntando cómo hacía para bajar la pelota con el culo. Y cagarse en todo lo que no fuera la pelota.
Por Hernán Laurino-http://www.diaadia.com.ar/deportes/negro-wichi

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