martes, 31 de diciembre de 2013

ARGENTINA SE LLAMA MESSI

Todo equipo es consecuencia de un pacto. La Argentina de 1986 fue el resultado de un acuerdo entre Carlos Salvador Bilardo y Diego Maradona, en virtud del cual el caudillaje y la organización gravitaron alrededor del media punta del Nápoles. La Argentina que se encamina hacia el Mundial de Brasil después de haberse clasificado en primera posición en las eliminatorias sudamericanas comenzó a estructurarse a partir de un acuerdo entre Alejandro Sabella, el seleccionador, y Lionel Messi, el mejor jugador del mundo.
Ordenar una selección alrededor del futbolista que domina este juego con mano firme desde 2008 parece una alternativa lógica, pero en Argentina no siempre fue así. Ni Alfio Basile, ni Maradona, ni Sergio Batista hicieron tantas concesiones como Sabella, el técnico que por fin se resolvió a proveer un modelo racional que favoreciera a la gran estrella. Hasta el año pasado, Messi fue observado con desconfianza por un amplio sector de la hinchada argentina. Más de una vez el jugador escuchó insultos. Se le acusaba de carecer de suficiente argentinidad, juicio masivo contra el que no cabían respuestas en el terreno dialéctico. La ola cambió de sentido en los últimos meses. Quizá el punto de inflexión fue el amistoso que jugaron Argentina y Brasil en Nueva York, en el verano de 2012. Entonces Argentina se impuso a Brasil por 4-3 y Messi anotó tres goles. No hay campaña más proselitista que un hat trick.
El pesimismo que sucedió al caótico tránsito de Argentina por el Mundial de 2010 ha dado paso a un entusiasmo creciente. La expectativa aumenta de tal modo que la afición albiceleste suma cada día más creyentes. Creen, básicamente, en un golpe de mano en Brasil, país idealizado por todos pero, sobre todo, por los argentinos. En la imaginación popular rioplatense Brasil es el país exóticamente tropical en donde se encuentra el paraíso perdido y el adversario por antonomasia. Esta misma imaginación ha dado a luz a la nueva idolatría de Messi. Por obra del pensamiento mágico, que es simplificador, la adoración emparenta al nuevo mito con el viejo, con Maradona, que a los 26 años levantó la Copa del Mundo en México, en 1986. Messi cumplirá 27 años en Brasil y los paralelismos están trazados como una maldición que pesa un quintal sobre el capitán de la selección, obligado por decreto de superchería a repetir la hazaña. Pactos aparte, las comparaciones se prolongan más allá de los individuos. El equipo de 2014 se refleja inexorablemente en el equipo que la memoria evoca a la hora de la plegaria: la Argentina de 1986.
Lo mismo que Bilardo, Sabella fue haciendo hallazgos, unos más evidentes que otros. En noviembre de 2011, por ejemplo, en el partido de eliminatorias en Barranquilla, ante Colombia, el rival más potente que ha enfrentado en competición oficial, Argentina fue salvada de la derrota por Sergio Agüero. Iba perdiendo 1-0 al descanso y acabó 1-2 tras la entrada del jugador del City. Desde entonces, el Kun se ha instalado en la guardia de hierro de Messi, sumándose a una alineación que parece construirse de adelante hacia atrás, invirtiendo los hábitos técnicos más extendidos. Es lo inevitable, pues ninguna nación cuenta con un abanico de goleadores más variado y determinante.
El descarte definitivo de Tévez, señalado por su desafección con Messi, resume el poderío anotador de los argentinos tanto como el grado de influencia del nuevo líder, pues el hombre de Fuerte Apache ha sido, hasta hace poco, el más querido (y el más demagogo) de los futbolistas que han vestido el escudo de la AFA. Los elegidos son Higuaín y Agüero. Detrás de los dos puntas, con plena libertad, opera el propio Messi. A la izquierda, como volante interior, a veces como extremo puro, Di María ha inscrito su nombre a fuego como el elemento más versátil del plantel. En el eje del medio campo se sitúa Mascherano, que, tras la exuberancia de sus años en el Liverpool se muestra pausado y analítico. Mascherano es el punto de apoyo de toda la estructura y con Argentina desempeña el papel de supervisor general. Nunca rompe el triángulo con los centrales, pues ningún central tiene suficiente categoría. A partir de la estabilidad de Mascherano se gestionan todas las maniobras, defensivas y ofensivas.
Fernando Gago ha sido el último imprescindible en surgir de los análisis de Sabella. La conclusión ha sido fácil de extraer, pues ningún otro volante se ha entendido mejor con Messi en los últimos años. El medio centro del Boca es, junto con Mascherano y Di María, el tercer hombre de la línea de medios titulares. Más allá de Banega y Biglia, no hay mucho más de donde escoger. Argentina ya no cuenta con la población de centrocampistas con oficio y categoría que tuvo en otra época. El problema se agrava ante la ausencia de defensas de verdadero peso. Hasta el momento, ni Garay ni Fede Fernández se han parecido a los referentes que toda selección campeona suele tener en su línea de contención.

Los paralelismos entre La Pulga y Maradona están trazados como una maldición que pesa un quintal sobre el capitán de la selección
Si en 1986 Argentina descubrió en Neri Pumpido un portero solvente e integrado a la dinámica del equipo, ahora bajo los palos merodean las incógnitas. Sergio Romero, el arquero de Maradona en 2010, sigue siendo el arquero favorito de Sabella. Con una diferencia sombría: Romero abandonó la Sampdoria el año pasado porque no jugaba y ahora sigue sin jugar en el Mónaco. Quizá el problema revela el punto más inexplicable de la gestión del seleccionador: Andújar, el segundo portero, sufre las desventuras del Catania en la última posición de la Liga italiana, y Orión, el meta del Boca, apenas tiene experiencia internacional. La discriminación de Willy Caballero, el magnífico portero del Málaga, constituye el misterio irresuelto de Sabella.
La estadística de Argentina en las eliminatorias habla de un rendimiento regular: 16 partidos, cinco empates, una derrota y diez victorias. Lo que se vio sobre el campo, sin embargo, es un equipo al que le cuesta controlar los partidos. El esquema básico, el 4-3-1-2, parece el más razonable, pero los laterales (Zabaleta y Rojo, por lo general) se suman tan poco al medio campo que el conjunto tiende a partirse. La solución se decanta por inercia: atrás defienden un bloque de siete y una vez que la pelota pasa al medio campo rival las posibilidades de que acabe en la red se multiplican por el peso de los concurrentes. Di María, Messi, Higuaín y Agüero, con la incorporación ocasional de Gago para repartir, reúnen un caudal incomparable de inventiva y poder de definición.
Decía Bochini que la Argentina de Maradona no se encontró hasta que no llegó a México. La Argentina de Messi tampoco se ha encontrado todavía, pero le ha bastado con buscarse para exhibir su evidente potencial de vencedora.
El País.

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