Jürgen Klinsmann asumió como seleccionador alemán en la segunda mitad de 2004, tras la eliminación en la fase de grupos de la Eurocopa ganada por Grecia. La derrota 1-2 contra los checos marcó el final del ciclo de Rudi Völler, su compañero de ataque en el campeón mundial de Italia 90. Apenas asumió, explicó que sus objetivos irían más allá del Mundial 2006. Quería cambiar la mentalidad y la identidad del fútbol alemán. Sentar las bases de un nuevo paradigma, revolucionario y contracultural. Apenas tomó el control, derribó el muro futbolero. Basta de los tres centrales, el líbero al lado del arquero y los bochazos frontales al grandote de turno. Cuatro atrás, presión en campo rival, incorporación de los laterales al ataque y salida con pelota desde el fondo.
Llenó el medio campo con futbolistas de buena técnica y rigor para la marca. Sacó a los muebles de adelante para ubicar delanteros ágiles y con decente manejo del balón. Pidió que los clubes intentaran plasmar esa idea de juego en sus equipos. Desafió a la Federación Alemana contratando a un entrenador de hockey como coordinador de selecciones. Superó la resistencia inicial y fue convenciendo a todos. El diario Bild había pedido su renuncia tras una derrota 1-4 ante Italia en un amistoso. Volvió a perder contra la Nazionale en las semis de la Copa del Mundo y se fue. Regresó a Estados Unidos. Hoy dirige a su selección.
El ex delantero alemán ahora es entrenador de la selección de EEUSu ayudante de campo Joachim Löw tomó la posta. Éxitos en Europeos juveniles ayudaron a desmontar definitivamente el patrón del lanzamiento directo, sin elaboración y sin talento, que tan exitoso había sido para el fútbol alemán. Los jugadores se convencieron de que podían jugar al toque y al engaño sin perder un gramo de intensidad. La revolución se profundizó con la aparición de jóvenes como Özil, Müller, Khedira, Gotze, Marin y Gundogan. La multicultural composición de la Mannschaft incluye futbolistas de origen turco, tunecino, bosnio, polaco y ghanés. Hace 20 años era inimaginable. La selección absoluta no ha ganado títulos con este concepto de juego. Semifinalista en los últimos dos Mundiales, finalista en la Eurocopa 2008 y semis en la Euro 2012. El último grande es la Eurocopa 96, con los goles del panzer Bierhoff. Tampoco los equipos han levantado trofeos importantes. La Champions y la Intercontinental 2001 del Bayern Munich quedan muy lejos. El estilo no se toca. La fortaleza del campeonato local potenció a los equipos. Bayern se renovó con Louis van Gaal, el armador de esta máquina que arrasó a Barcelona. El holandés apostó por los extremos, promovió a Thomas Müller, el más alemán de la nueva camada, y reconvirtió a Bastian Schweinsteiger en un estupendo organizador. Es el retrato del cambio: de wing atolondrado a crack de toda la cancha. Hoy con Heynckes y mañana con Guardiola, el equipo no revisará su proyecto. Aunque no gane la Champions, en la que perdió dos de las últimas tres finales. Jürgen Klopp ejecuta desde 2008 en Borussia Dortmund lo que ya había mostrado en Mainz. Creativo y científico, colocó cámaras en los fondos del estadio para grabar entrenamientos y llevó al Mainz a unas cabañas para hacer canotaje todos juntos para fortalecer al grupo. Su equipo juega un fútbol con posesión de pelota, intensidad defensiva, transiciones rápidas, extremos y laterales que se entienden de memoria. Con los recursos de un crack, el General Gundogan conduce al Dortmund como Schweinsteiger al Bayern. Cuatro al Barça, cuatro al Madrid. "Sandunguen" por duplicado. El fútbol alemán vive su semana inolvidable. En Estados Unidos, Jürgen Klinsmann sonríe.
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